Apuntes sobre la sabiduría del chuyma
La cabeza, el p’iqi, orienta y conduce —kunkachayaña <encaminar> o ‘hacer dirigir el cuello’—, mientras que el cuerpo sensible, el janchi <piel>, encarna la fuerza —ch’ama <energía>, que se mueve y trabaja. En cuanto a lo que poseen dentro, la cabeza contiene el lixwi <seso> y el cuerpo tiene chuyma <pulmón> —que sufrió un desplazamiento semántico a ‘corazón’. La experiencia de esa interioridad y su relación con el mundo es lo que constituye la subjetividad del jaqi <gente>, que está formada por cuatro componentes: la espiritualidad, la inteligencia, la cognición y el sentimiento.
A nivel espiritual, la ‘fuerza de voluntad’ y viveza de la persona está mantenida por el animu <ímpetu, ganas, esfuerzo>, la ‘sombra pequeña’, cuya pérdida (animu chhaqhata) provoca abulia, temor o incluso ansiedad y depresión. Centralmente tenemos ajayu, el <espíritu vital> que integra la persona (con salud del organismo y bienestar personal) como una energía vivificante; ‘sombra grande’ que, si se aparta del cuerpo (ajayu jalaqata), por el susto o katja <agarre> —apresado en un sitio maléfico o sagrado, incluso ‘devorado’—, por la disociación psicosomática la persona puede enfermar y morir. Suele afirmarse que hay el jañayu que, si se lo pierde (por susto), causa cefalea y mareos. Eso sí, también tenemos “coraje”, qamasa <valor, osadía, temeridad>, la ‘fuerza de carácter’ que mantiene la fortaleza e infunde temor, procedente de la cualidad de algún animal; cuyo quebranto (qamasa apaqata), por un trastorno fóbico, ocasiona retraimiento, miedo y perturbación. Finalmente está el “alma”, amaya <difunto>, que es el espíritu de las personas que van a morir o ya han fallecido (jiwata), que va de visita (es visto o escuchado por otros) y vuelve con la familia (en Todos Santos), en forma de insecto o fantasma.
El intelecto, aunque alojado en la cabeza, va más allá de la filosofía de la mente (como imágenes internas), no se reduce al cerebro, sino que es corporizado y extendido, son inteligencias puestas en práctica, son modos de estar en el mundo. ¿Y cuáles son esas capacidades o habilidades de resolver problemas, producir, adaptarse y alcanzar éxito? Están asociadas a la agilidad, dedicación y vivacidad del sujeto, expresada en las siguientes cualidades: i) ser tuji <curioso(a) e inquieto(a)>, ser husmeador, atento, prolijo, meticuloso, estar alerta y listo ante los sucesos; ii) ser q’apha <activo, animoso>, proceder con presteza, diligencia, prontitud —lo contrario de ser flojo, lento (tarma) y dejativo—, obrar con esmero y constancia; iii) ser ch’ikhi <inteligente, ingenioso>, siendo hábil en aprender, perspicaz en comprender, sagaz en razonar, versátil en hacer conexiones y con buen discernimiento en el juicio; iv) ser p’ikhu <instruido y contento>, ser ilustrado, memorioso, saber de todo como un erudito y tener alegría para compartirlo. O también cualidades personales como ser urqi <prudente>, que obra con cautela, es astuto y precavido; khurkhu <curioso, intruso>, que quiere ver, entrometido y acaparador; thijwa <travieso>, molestoso, curioso, hurguete; atinu <confiable>, firme, seguro, imperturbable, cumplido; llamp’u <apacible>, paciente, calmado y humilde; axa <manso>, dócil y obediente —axachaña <domar>—; qhuru <severo>, malo, riguroso y pendenciero; ñaxu <cruel, feo>, desatinado, disparatado o ilógico; apusi <orgullo>, altanería —apusnaqa <vanidad>, soberbia o arrogancia, apusnaqiri <presumido>—, apuqu <descuidado>, despistado, desaliñado, imprudente y olvidadizo.
Tales virtudes intelectuales (o vicios) facilitan la adquisición de saberes (ciertos, útiles o dudosos). Las categorías epistémicas son: amtaña <recordar el pasado y acordar el futuro>, muspaña <contemplar con asombro>, p’arxtaña <despertar> o proponerse lo impensado, uñaña <ver> o interpretar lo percibido —también qhamiña <vigilar>, uñt’aña <conocer personalmente> e isaña <oír> (solo atender y escuchar con obediencia)—, lup’iña <pensar> o imaginar lo posible, yatiña <saber> o destreza vivencial corporal (teórico-práctico), amuyaña <entender> o darse cuenta por qué acontece algo (su sentido y explicación), con juicio ético.
¿Qué es el chuyma?
En la existencia del jaqi en la Pacha, todo lo que se ha aprendido desde los antepasados está anidado en el chuyma —y todo tiene chuyma, desde la papa hasta la montaña. De esa memoria transgeneracional la sabiduría que se recobra a través de la memoria episódica, el asombro, el despertar, la percepción (el ver, vigilar, escuchar), el pensar, el saber, el entender y el decir —saña <decir> es expresar ideas hablándose uno mismo. Lo aprendido se guarda o se pierde en el chuyma, el núcleo emocional.
El chuymani /que tiene chuyma/ denota la persona adulta mayor y connota que tiene entendimiento y sentimiento maduros (es sensato, juicioso, prudente), el anciano tiene una autoconciencia completa, que emerge de la unión del p’iqi y del chuyma, del intelecto y la afectividad, la astucia y la empatía. Se reprocha a un desconsiderado diciendo janipunit chuymanïxpacha <acaso ya no tendrá siempre chuyma>, cuando no le interesa khuyapayaña <compadecer y ayudar>, tampoco yäqaña <respetar>, estimar por su dignidad. Que habla a favor de una epistemología sintiente.
El centro emocional, y también cognitivo (como lo reconociera la neurociencia: la conciencia es el conocimiento de la existencia de sí mismo y del entorno, al que le es inherente los sentimientos y emociones empáticas, como demuestra Damasio), es el CHUYMA —que en este caso no es anatómico: el pulmón <chuyma> (que es el aliento, la respiración, la energía del soplido, como al tocar los instrumentos de viento), ni el lluqu <corazón> (que bombea la sangre), sino—, la fuente y regulador de los sentimientos y cualidades de las personas —y de todos los seres.
El imperativo es el logro de la tranquilidad: chuymas chuymaw o chuymajax chuymajapuniwa <satisfecho de realizar una cosa>; pero no es una quietud pasiva sino un equilibrio dinámico entre sentir, pensar y actuar. Para ello existen una multiplicidad de expresiones idiomáticas para enunciar todo tipo de actitudes y afectos. En cuando a las disposiciones duraderas del carácter, se encuentran desde llamp’u chuyma <paciencia, apacible, humilde>, hasta qhuru <malo, severo>, o chuymawisa <necio, torpe, incapaz>, pasando por qala chuyma <corazón de piedra> y wawa chuyma <infantil>; que expresan un espectro ético-emotivo donde el chuyma puede ser receptivo o endurecido, sabio o torpe, infantil o severo. En otro nivel, el chuyma aparece como sede de la voluntad y discernimiento, como en pä chuyma <que duda hacia dos> o indeciso, purap chuyma <decisión desde dos lados> cuando uno quiere una cosas pero también otra (ambivalente), chuymay saña <arrepentirse>; entonces es centro de deliberación, de elección bifurcada y reflexiva.
El chuyma, además, siente intensamente: chuyma ch’allxtayaña <conmover, emocionar>, chuyma ust’ata <ofendido, resentido>, chuyma lunthataña <robar los sentimientos, fascinar>, chuyma ch’aphaqa <congoja>, chuyma ch’isiya <pesar>, chuymachaña <consolar>, jisk’a chuyma /pequeño pulmón/ <que llora fácil> y chuyma qhanartaña <alegrarse>; siendo así la emotividad fuente de conocimiento, vínculo con los demás y resonancia con lo vivido. Tampoco es una simple emotividad, el chuyma piensa —chuymajan sistha <digo en mi ‘corazón’>—, recuerda, olvida y se dispersa, como en chuyma chhaqhata <distraído, ausente>, chuym kawkst’ayitu <me desconcentra>, pisi chuyma <que tiene pocas ideas o poca memoria>; como rupturas en la interioridad.
A su vez, el chuyma es capaz de comprometerse y dedicarse: chuyma churaña /dar pulmón/ <esmerarse>, isi chuyma <que compra constantemente ropa>, yapu chuyma <agricultor con vocación>, uywa chuyma <que tiene cuidado con los animales> y q’apha chuyma <actitud habilosa>; involucrándose activamente con el mundo, no solo con la razón sino con el ‘pulmón’. Desde la ética, también se expresa la sinceridad o falsedad: taqi chuyma <de todo pulmón> —que suele entenderse como ‘de todo corazón’—, pata chuyma <fingido>; la autenticidad subjetiva, si es plena o simulada. Finalmente, en lo normativo, se encuentra chuyma ch’ulla <desigualdad> —cuya negación (a la disparidad) puede regir el derecho—, la disparidad como injusticia.
En suma, el chuyma es una interioridad relacional y viviente, donde se entrelazan la memoria ancestral, el afecto ético, la percepción atenta y la comprensión profunda del mundo. Es la interfaz sensible entre el cuerpo y el mundo. Es más que el asiento de los sentimientos (corazón emocional), es una matriz de resonancia vital que vincula a los seres —humanos y no humanos— en la Pacha, la trama que teje lo humano con la naturaleza, permitiéndoles la convivencia. El chuyma es, así, el centro sensible desde donde se configura la subjetividad andina: no como un yo aislado, sino como una conciencia afectiva, encarnada y comunitaria, arraigada en la red de la vida.
Cada ser tiene un centro vital sensible, y desde esa intersubjetividad se genera una ética de respeto profundo, reciprocidad y armonía. Comprender el chuyma de los otros seres es acercarse a una epistemología que no separa conocer de sentir, ni vivir de cuidar.
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El texto resalta cómo, en la cosmovisión aymara, la subjetividad del jaqi (ser humano) no se reduce al pensamiento racional, sino que surge desde el chuyma, centro vital que abarca lo espiritual, emocional y cognitivo. Conceptos como ajayu, animu y qamasa revelan una comprensión integral del cuerpo y del alma. Además, la inteligencia se expresa como práctica viva, encarnada en cualidades como tuji (curioso), ch’ikhi (ingenioso) o p’ikhu (sabio y alegre). Este enfoque muestra una forma profunda y relacional de ser en el mundo, basada en equilibrio, conexión y sabiduría ancestral.
El chuyma, más que un órgano, es el centro vital desde donde brotan el pensamiento, el sentimiento, la memoria y la voluntad en la cosmovisión aymara. Es un núcleo ético y emocional que da forma a la subjetividad del jaqi (ser humano), conectándolo con sus raíces, su comunidad y la Pacha. A través del chuyma, se percibe, se comprende y se actúa con compromiso y equilibrio. No se trata solo de emociones, sino de una sabiduría interior viviente que guía el sentir, el pensar y el hacer.