29 de septiembre de 2024

Si el conocimiento tiene que ser pertinente a la realidad, podemos preguntarnos ¿cómo se entiende en aymara el ser de todo lo que hay?, ¿qué es lo que existe como real cuando se teoriza de algo?, y ¿cómo se seleccionan los objetos cuando se habla de ellos?

La función copulativa en aymara no es cumplida por ningún verbo —como sí lo es en quechua, con el verbo kay <ser, existir>—, sino mediante sufijos y de manera dispersa. En aymara no hay el ‘ser’ como expresión primera, no se parte del ente ni de lo que es; sino que se llega a ‘ser’ algo, el acto de ser es posterior a la ostensión o la cosa que se muestra.

Al no ser raíz, ni de sustantivo ni de verbo, tanto el sufijo existencial locativo -nka (por ejemplo en utankaña <estar en la casa>) como también el sufijo existencial fijo -¨ (por ejemplo en jaqïña <ser gente>) indican que, en el aymara, el estar y el ser no son categorías fundantes, como lo son para Occidente, sino que son accidentes de las ‘sustancias’ o cualidades definidas, es decir las cosas pueden estar en aquí o en allá (espacialmente) o pueden ser esto o aquello (temporalmente), de modo necesario o contingente, imposible o posible, duradero o efímero.

Además, ¿qué significa que ambos sufijos sean verbalizadores?, pues: que no son ‘sustancias’ (como los objetos) sino que ponen en acción, significa que la existencia es una relación activa que adquieren los sustantivos, los nombres entran o se vuelcan al hacer.

Si la metafísica es la ciencia del ente, y no hay el ente, entonces la metafísica no puede ser filosofía primera, del ‘ser’ de todo; sino más bien una ontología del devenir, no de permanecer sino del acaecer, de alcanzar una ubicación en el horizonte de sentido, una determinación del pensamiento.

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